El presidente Rajoy ha insistido siempre en que si la
economía va bien, todo va bien. Zapatero, en cambio, no pensaba que la economía
fuera suficiente (otra cosa es que supiera gestionarla) e intervenía activamente en la cultura (visión del mundo, antropología, relaciones humanas
más allá de las económicas, educación…). Podríamos decir que para uno y otro la
economía es la base, la infraestructura sobre la que se apoya la superestructura,
pero Rajoy se sitúa en un marxismo pregramsciano,
anterior a las tesis de Antonio Gramsci, mientras que Zapatero asume los
postulados de Gramsci y sabe que la cultura “no va sola” si no “se le ayuda”.
Puede
parecer absurdo que ubique a Rajoy en el marxismo… Pero situar el fundamento
social en la economía y promover, ante todo, el bienestar material, en lugar del
“tradicional” objetivo de justicia, revela una concepción materialista y una
apuesta por lo colectivo sobre lo personal, extremos que el marxismo como
teoría y el comunismo-socialismo como praxis han abanderado desde hace más de
un siglo.
Zapatero es
materialista, y lo sabe. Rajoy es materialista, y probablemente no lo sepa. Los
dos periodos de gobierno del PP: 1996-2004 y 2011-2015 se han caracterizado por
consolidar, por vía de hecho, el programa antropológico-social del PSOE. Lo
curioso es que buena parte de los votantes del PP piensen que su partido no
solo es una alternativa al PSOE en lo económico (cosa en parte cierta), sino
también en lo cultural (cosa bastante inexacta). El programa antropológico del
PSOE de González en educación y bioética no fue modificado por el PP de Aznar, incapacidad del PP para hacer cultura que se escenificó en la ley de educación
de Pilar del Castillo aprobada in extremis tras ocho años de gobierno y que fue desactivada
de inmediato por Zapatero.
La acción
política de Zapatero se enmarcó en la máxima marxiana de que se trata de
transformar el mundo, no solo de interpretarlo. La lentitud del PP para hacer
una ley educativa contrastó con la agilidad del PSOE para aprobar la LOE. El
matrimonio homosexual, el divorcio-express y la ley de derecho al aborto fueron
pruebas elocuentes del deseo operativo del PSOE por deconstruir la cultura. Votantes y dirigentes (algunos) del
PP protestaron en cámaras, tribunales y calles ante esa deconstrucción, y parte
del electorado del PP pensaba que si su partido gobernaba con una mayoría
suficiente daría un volantazo a ese programa decosntructivo. Pero,
como ya he dicho, es un espejismo pensar que el PP es “alternativa cultural” al
PSOE: el PP con mayoría absoluta no ha cambiado casi nada de estas cuestiones,
representando así un materialismo arcaico frente al ágil del PSOE.
Cualquier
neófito en historia y ciencia política es consciente del enorme poder de gobernantes y
legisladores para cambiar las mentes (véase el proceso de divinización de los emperadores romanos). Por eso, el planteamiento de Zapatero era
“cambiar las encuestas”. El de Rajoy, en
cambio, ha sido, en lo sociocultural, “seguir las encuestas”. El PP en general
y Rajoy en particular parece que desconocen que las encuestas muestran lo más
superficial: la opinión, lo más voluble, lo más mudable. Cualquier neófito en
derecho y filosofía sabe del enorme poder de las leyes para conformar
mentalidades, y que el común de los mortales suele pensar que lo legal es lo
moral. Y mientras Rajoy tiembla ante las encuestas de hoy, Zapatero pensaba en
las encuestas de mañana (ese mañana
que tanto ha respetado Rajoy en lo cultural).
Como el
hombre no es un mero animal productor-consumidor, ni la sociedad es una granja
avícola, el objetivo de un buen gobierno no es tanto el bienestar, sino la
justicia. El materialismo reduccionista y esterilizador acogota a las personas,
familias y sociedades. Y aunque el PP se dedica a intentar arreglar los platos rotos del
PSOE en lo económico, su materialismo fáctico da sus frutos: “el vivo al bollo
y el muerto al hoyo”, o sea, corrupción.
EL PP ha
asumido el papel de recomponedor de economías, pero carece de alma y de un proyecto consecuente e
ilusionante.
