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lunes, 8 de junio de 2015

La política “pregramsciana” de Rajoy

El presidente Rajoy ha insistido siempre en que si la economía va bien, todo va bien. Zapatero, en cambio, no pensaba que la economía fuera suficiente (otra cosa es que supiera gestionarla) e intervenía activamente en la cultura (visión del mundo, antropología, relaciones humanas más allá de las económicas, educación…). Podríamos decir que para uno y otro la economía es la base, la infraestructura sobre la que se apoya la superestructura, pero Rajoy se sitúa en un marxismo pregramsciano, anterior a las tesis de Antonio Gramsci, mientras que Zapatero asume los postulados de Gramsci y sabe que la cultura “no va sola” si no “se le ayuda”.
            Puede parecer absurdo que ubique a Rajoy en el marxismo… Pero situar el fundamento social en la economía y promover, ante todo, el bienestar material, en lugar del “tradicional” objetivo de justicia, revela una concepción materialista y una apuesta por lo colectivo sobre lo personal, extremos que el marxismo como teoría y el comunismo-socialismo como praxis han abanderado desde hace más de un siglo.
            Zapatero es materialista, y lo sabe. Rajoy es materialista, y probablemente no lo sepa. Los dos periodos de gobierno del PP: 1996-2004 y 2011-2015 se han caracterizado por consolidar, por vía de hecho, el programa antropológico-social del PSOE. Lo curioso es que buena parte de los votantes del PP piensen que su partido no solo es una alternativa al PSOE en lo económico (cosa en parte cierta), sino también en lo cultural (cosa bastante inexacta). El programa antropológico del PSOE de González en educación y bioética no fue modificado por el PP de Aznar, incapacidad del PP para hacer cultura que se escenificó en la ley de educación de Pilar del Castillo aprobada in extremis tras ocho años de gobierno y que fue desactivada de inmediato por Zapatero.
            La acción política de Zapatero se enmarcó en la máxima marxiana de que se trata de transformar el mundo, no solo de interpretarlo. La lentitud del PP para hacer una ley educativa contrastó con la agilidad del PSOE para aprobar la LOE. El matrimonio homosexual, el divorcio-express y la ley de derecho al aborto fueron pruebas elocuentes del deseo operativo del PSOE por deconstruir la cultura. Votantes y dirigentes (algunos) del PP protestaron en cámaras, tribunales y calles ante esa deconstrucción, y parte del electorado del PP pensaba que si su partido gobernaba con una mayoría suficiente daría un volantazo a ese programa decosntructivo. Pero, como ya he dicho, es un espejismo pensar que el PP es “alternativa cultural” al PSOE: el PP con mayoría absoluta no ha cambiado casi nada de estas cuestiones, representando así un materialismo arcaico frente al ágil del PSOE.



            Cualquier neófito en historia y ciencia política es consciente del enorme poder de gobernantes y legisladores para cambiar las mentes (véase el proceso de divinización  de los emperadores romanos).  Por eso, el planteamiento de Zapatero era “cambiar  las encuestas”. El de Rajoy, en cambio, ha sido, en lo sociocultural, “seguir las encuestas”. El PP en general y Rajoy en particular parece que desconocen que las encuestas muestran lo más superficial: la opinión, lo más voluble, lo más mudable. Cualquier neófito en derecho y filosofía sabe del enorme poder de las leyes para conformar mentalidades, y que el común de los mortales suele pensar que lo legal es lo moral. Y mientras Rajoy tiembla ante las encuestas de hoy, Zapatero pensaba en las encuestas de mañana (ese mañana que tanto ha respetado Rajoy en lo cultural).
            Como el hombre no es un mero animal productor-consumidor, ni la sociedad es una granja avícola, el objetivo de un buen gobierno no es tanto el bienestar, sino la justicia. El materialismo reduccionista y esterilizador acogota a las personas, familias y sociedades. Y aunque el PP se dedica a intentar arreglar los platos rotos del PSOE en lo económico, su materialismo fáctico da sus frutos: “el vivo al bollo y el muerto al hoyo”, o sea, corrupción.
            EL PP ha asumido el papel de recomponedor de economías, pero carece de alma y de un proyecto consecuente e ilusionante.