El deporte exige un notable esfuerzo. Nadie lo duda. Es una actividad competitiva que precisa una férrea disciplina, sobre todo en los niveles superiores. La revolución científica y tecnológica en que estamos embarcados desde hace decenios también ha supuesto un enorme esfuerzo mental y laboral. El hombre ha logrado vencer la fuerza de la gravedad con la aviación y la navegación espacial; ha acortado las distancias con los ferrocarriles y automóviles; ha levantado rascacielos, construido presas, allanado montañas, descubierto artilugios que han revolucionado las comunicaciones y la sanidad.
Sin embargo, cuando de aprender se trata en escuelas primarias, medias y universitarias, todo ha de tornarse juego, divertimento, ligereza, suavidad... como si los conocimientos pudieran entrar en el cerebro por ósmosis. Este planteamiento tan rusoniano, tan edulcorado trae como consecuencia no aprender casi nada. Se estabula a los niños y jóvenes, se les pasa la mano por el hombro (metafóricamente), pero asimilan poco. ¿Quién escribió La Celestina? ¿Cuándo empezó la Edad Media? ¿Qué dice el teorema de Pitágoras? ¿Qué es una república? ¿Cuál es la capital de Bolivia? Nada de nada.
Si para entrenar el cuerpo, darle mayor elasticidad, evitar la obesidad y el sedentarismo se necesita esfuerzo, ¿por qué no ha de precisarse para aprender, para ordenar la memoria, para argumentar, para pensar, para interpretar, para criticar? ¿Es que la mente es un vapor gaseoso que se rellena con bebidas isotónicas?
Leer es ascender por el monte de la abstracción desde el valle de la imagen. Leer, la llave del conocimiento escolar, exige esfuerzo, superar la distracción, ir más allá de la imaginación, desarrollar el pensamiento abstracto, pensar conceptos, enhebrar argumentos...
Sin esfuerzo no hay lectura, ni comprensión de textos, ni asimilación de conocimientos. No hay formación, ni aprendizaje.
El miedo al esfuerzo es miedo a la vida. Es ignorancia de la naturaleza humana: un combate entre razón y pulsión, entre pereza y diligencia, entre ignorancia y sabiduría, entre ciencia y opinión.
Sin embargo, cuando de aprender se trata en escuelas primarias, medias y universitarias, todo ha de tornarse juego, divertimento, ligereza, suavidad... como si los conocimientos pudieran entrar en el cerebro por ósmosis. Este planteamiento tan rusoniano, tan edulcorado trae como consecuencia no aprender casi nada. Se estabula a los niños y jóvenes, se les pasa la mano por el hombro (metafóricamente), pero asimilan poco. ¿Quién escribió La Celestina? ¿Cuándo empezó la Edad Media? ¿Qué dice el teorema de Pitágoras? ¿Qué es una república? ¿Cuál es la capital de Bolivia? Nada de nada.
Si para entrenar el cuerpo, darle mayor elasticidad, evitar la obesidad y el sedentarismo se necesita esfuerzo, ¿por qué no ha de precisarse para aprender, para ordenar la memoria, para argumentar, para pensar, para interpretar, para criticar? ¿Es que la mente es un vapor gaseoso que se rellena con bebidas isotónicas?
Leer es ascender por el monte de la abstracción desde el valle de la imagen. Leer, la llave del conocimiento escolar, exige esfuerzo, superar la distracción, ir más allá de la imaginación, desarrollar el pensamiento abstracto, pensar conceptos, enhebrar argumentos...
Sin esfuerzo no hay lectura, ni comprensión de textos, ni asimilación de conocimientos. No hay formación, ni aprendizaje.
El miedo al esfuerzo es miedo a la vida. Es ignorancia de la naturaleza humana: un combate entre razón y pulsión, entre pereza y diligencia, entre ignorancia y sabiduría, entre ciencia y opinión.