Seguidores

miércoles, 26 de agosto de 2015

Homo hiperactivus



            A lo largo de la historia, en la civilización mediterránea y europea, han ido apareciendo una serie de modelos antropológicos: el héroe homérico, el campesino hesiódico, el atleta pindárico, el filósofo socrático, el orador romano, el mártir cristiano, el santo cristiano, el caballero medieval, el mercader, el cortesano renacentista, el discreto barroco, el genio romántico…
            Aunque la mayoría nacen como personajes literarios, son auténticos modelos que inducen a la mímesis. Alejandro Magno, por ejemplo, trató de imitar las hazañas de los héroes homéricos; el olimpismo contemporáneo reproduce el modelo atlético griego; Séneca quiso morir como su maestro Sócrates; no solo don Quijote, en la ficción, remedó a las caballeros andantes: los conquistadores españoles reprodujeron en el Nuevo Mundo un particular “artificio de lo heroico”; el Werther de Goethe ha provocado suicidios; la lectura de vidas de santos ha sido decisiva en la vida de muchos de ellos… y mil ejemplos más.
            En la mayor parte de estos estereotipos, el sujeto suele ser un varón, si bien en el caso del héroe homérico o del caballero medieval la relación con las mujeres es decisiva en su acción. Son los modelos genuinamente cristianos –el mártir y el santo- en los que la intercambiabilidad entre varón y mujer es completa. La frase paulina “ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos vosotros no son más que uno en Cristo Jesús” (Gálatas, 3, 28), iba en serio.
            Sería interesante diseñar un proyecto educativo que comprendiera los rasgos más positivos de estos modelos: artes marciales, atletismo, cultivo del campo, filosofía, oratoria, danza, religiosidad… No es una cuestión de esnobismo. Dedicar un tiempo a cultivar la tierra, por ejemplo, no solo transmite amor a la naturaleza, sino que hace evidente que el ritmo de la germinación es progresivo (como la asimilación de conocimientos), sin la inmediatez de las redes sociales y los videojuegos. Son precisamente las humanidades las que pueden transmitir esos modelos antropológicos del pasado para confrontarlos con los del presente. Enriquecer la dimensión sincrónica (en la que se vive) con la diacrónica (la de nuestros antecesores) es lo que hicieron los humanistas romanos y renacentistas. Sin la perspectiva diacrónica, toda cultura se vuelve narcisista y se empobrece.
            ¿Qué modelos ha aportado el siglo XX? Podemos hablar de cuatro, sin excluir que puedan existir más: el revolucionario, el sex-symbol, el jipi y el hiperactivo, (homo hiperactivus). Son modelos de relevancia social en amplias zonas del planeta como puede comprobarse por los modos de vestir, la dicotomía derecha-izquierda, el adelgazamiento de la familia, la banalización del sexo, el individualismo, la prisa, el consumismo… El cine y la música y los medios de comunicación han sustituido en buena medida a los canales tradicionales literarios y artísticos en la transmisión de estos estereotipos. Que el modelo sex-symbol está escorado hacia la mujer es obvio, como también lo es que no supone ninguna conquista para ella. Me parece curioso que el feminismo no haya creado ningún estereotipo netamente femenino, quizás porque a menudo ha reivindicado para la mujer, oh paradoja, valores masculinos.
            Centrándonos en el homo hiperactivus, podemos analizarlo como subespecie del homo habilis, tipo muy propio del capitalismo, ese sistema que prima el capital sobre el trabajo y el trabajo sobre la persona: ¡producir, producir! El empleado de una cadena de montaje, que ejecuta instrucciones y al que no se le da muchas opciones de crear, de dejar una impronta personal. El hiperactivo es como esos hombres grises de Momo que decían “no tengo tiempo”. Corre por la vida. Hasta descansa y hace deporte de un modo compulsivo.
            Hay muchos niños hiperactivos, quizás porque reflejan la hiperactividad de padres y profesores, que le impiden el sano estado del aburrimiento. La hiperactividad es un signo de nuestro tiempo, en que el legislador produce destempladamente leyes a cual más invasiva; y en el que el mercado acosa con sus productos para que consumamos insaciablemente. El móvil se ha convertido también en un hiperactivador personal, un estimulador de sentidos que atosiga e impide pensar tranquilamente.
            Son, de nuevo, las humanidades las que, si no se postran ante un positivismo descriptivo propio de las ciencias experimentales o a una erudición estéril, quienes pueden poner el dedo en la llaga: contraponer el homo sapiens al homo habilis, criticar la hipertrofia en la que el Estado y el mercado tienden a caer, salvo que se topen con un Sócrates que, como un tábano, zumbe para que la ciudad no se duerma ¡oh paradoja! en los laureles de la hiperactividad.
           A estos efectos, refiere Manuel Guerra en su Historia de las religiones, que la mayoría de los hindúes sencillos “están convencidos de que los occidentales estamos fascinados y obsesionados por maya, lo ilusorio. Por eso vivimos caminando hacia el fracaso, sin posibilidad de retornar al seno de Brahmán. El activismo del hombre occidental sería como un frustrado remedo del dios Siva en su tarea de desenfrenado danzarín con movimiento incesante de sus cuatro brazos. De hecho, la danza constante de Siva simboliza el ritmo del universo que sin cesar está formándose, descomponiéndose y volviéndose a formar”.
              Es importante que la escuela compense la hiperactividad con la cultura del libro, de la paciencia lectora, del pensamiento abstracto. Los protagonistas de los centros educativos han de ser las bibliotecas y los libros de papel, el contacto personal, el diálogo sereno, no mediado por pantallas que se encienden y apagan a placer y crean una existencia ficticia y compulsiva.



martes, 25 de agosto de 2015

Herencia del pasado


Hace ya algún tiempo (era rey de España aún Juan Carlos I) un senador de Izquierda Unida, de cuyo nombre no puedo acordarme, propuso en el Senado español la abolición de la monarquía, porque era, decía, una “herencia del pasado”. Resulta curioso que un senador hable en el senado de herencias del pasado cuando tal asamblea se remonta a hace 2.500 años como invento de la República romana. El senado era el consejo de ancianos (de senex: anciano, en latín). La monarquía constitucional que rige actualmente España es bastante más moderna que el senado en el que hablaba el senador. 
Al parecer, el senador defiende la república, porque la monarquía es “herencia del pasado”. Pero repúblicas existen desde hace milenios. El propio nombre deriva de la república romana. La democracia es también una herencia del pasado: “gobierno del pueblo”, en griego. Si al senador de Izquierda Unida no le gustan las herencias del pasado, debería proponer la abolición del senado, los senadores, las repúblicas y las democracias. Pero, si quiere ser coherente, también debería apostar por la supresión de la izquierda, que es una herencia plenamente decimonónica, muy anterior a la monarquía constitucional española.
A este senador no le gusta el pasado. Apuesta por el futuro. Pero el futuro está por venir. Lo que existe es el presente, y el presente es herencia del pasado. Todo lo que es este señor: senador, izquierdista, republicano, demócrata…, todo, es herencia del pasado. Él mismo, mal que le pese, es herencia del pasado, hijo de unos padres, nieto de unos abuelos, biznieto de… Él es herencia del pasado, porque sin pasado, sencillamente, no sería.
Criticar algo porque es herencia del pasado es, sencillamente, un suicidio, porque quien critica es heredero de su pasado. Se puede pretender romper con el pasado, pero es difícil. Democracias, repúblicas, monarquías, anarquías y demagogias son herencias del pasado.

Sería interesante que los senadores, que bien pagados están del erario público, estudiaran ciencia política, leyeran la República de Platón, y la Política de Aristóteles: estudiaran historia y filosofía. Ello le permitiría entender el pasado …y el presente.

domingo, 23 de agosto de 2015

De la sociedad sin clases a la sociedad sin géneros

La pluralidad puede verse como apariencia de una unidad básica, como un momento previo a la unidad… Puede interpretarse negativa o positivamente. La unificación religiosa del pasado o la adscripción a la religión del rey se ha sustituido desde presupuestos, en mi opinión, materialistas, por una uniformización social y antropológica. El monismo aletea en diversas propuestas ideológicas que se presentan con una fuerte carga dogmática. Para los creyentes en un Dios uno y Trino, sin embargo, si son consecuentes, la diversidad, la pluralidad es un elemento constitutivo, no una amenaza, y ni siquiera una oportunidad, sino una realidad no solo respetable sino amable: una riqueza.
Si no se entiende la pluralidad, tampoco se entiende la libertad. ¿Es parmenídeo el materialismo al pensar que hay un solo ser, la Materia? La reducción típica del materialismo marxista en que la realidad, esencialmente múltiple, pasa a ser una realidad bipolar: burguesía / proletariado; izquierda / derecha; público / privado; amo / esclavo; señor / siervo sigue viva y productiva.
Esa perspectiva dicotómica no se arredra ante una realidad claramente bipolar, dual, por ejemplo, la diferencia entre los sexos: masculino / femenino; hombre / mujer; macho / hembra… En los análisis acostumbrados a una dialéctica lógica, los hechos devienen en periféricos, secundarios, subsidiarios y aun sospechosos. Desde el cogito cartesiano, el more geométrico spinoziano, el apriorismo kantiano y el panlogismo hegeliano, los hechos suelen ser aplastados por sistemas nacidos de una clarividencia mental impuesta al mundo exterior que puede calificarse como una filosofía de la ebriedad, como dogmatismos de la inmanencia.

                Perdida la causa de una igualdad social a mayor gloria de un comunismo devenido en una sociedad estamental: partido y parias; el furor del dogma monista se ha entregado en cuerpo y alma a la causa sexigualitaria. El esquema es parecido. La dialéctica burguesía / proletariado que había de fundirse en una sociedad sin clases se traslada ahora a una dialéctica masculinidad / feminidad fundible en una sociedad sin géneros. La retórica sobre la lucha de unas clases abstractas se enfrenta ahora a la corporalidad tangible. Porque es evidente que hombres y mujeres poseemos cuerpos diferentes, una diferencia que se materializa, en lo corporal, en los órganos relacionados con la sexualidad y sus consecuencias, la generación. La diferencia entre hombre y mujer es tan notoria que explicitarla puede ser obsceno.


               El sesgo de estos análisis monistas radica en que perciben las diferencias como negativas. Si se constatan las diferencias entre hombres y mujeres (sobre la base de una igualdad esencial como seres humanos), se interpreta que se afirma la superioridad de los hombres; (cuando podría entenderse lo contrario: la superioridad de las mujeres). Constatar las diferencias no significa minusvalorar, sino comprobar que los seres animados e inanimados son plurales. Revolverse frente a las diferencias entre hombres y mujeres (me refiero a las diferencias psicosomáticas) suele ser una reacción masculinizante, pues implica, por ejemplo, considerar la preeminencia del in-gestante sobre el gestante, pudiendo ser al revés, que ser gestante aventajase a ser in-gestante. La diferencia entre gestante e in-gestante no se resuelve en una dialéctica de superioridad o inferioridad, sino en un reparto de funciones en la procreación  humana marcado en la propia naturaleza y que justifica precisamente la diferenciación sexual.
                Reivindicar la igual dignidad de mujeres y hombres no justifica la negación de la diferencia. La lucha contra el abuso no exige la abolición del uso o preterir la biología. En efecto, muerto el perro, se acabó la rabia, pero si matamos a todos los perros, no solo acabaremos con la rabia, sino con los perros. Y eliminar la raza canina no parece una conquista. Parece que  Lutero inauguró la estrategia de combatir el abuso eliminando el uso. ¿Abuso en el uso de las reliquias? ¡Fuera reliquias! ¿Abusos en el celibato? ¡Fuera el celibato! ¿Exacerbación aristotélica? ¡Fuera Aristóteles! ¿Tensiones entre fe y razón? ¡Dinamita en el puente entre fe y razón! ¿Abuso papal? ¡Fuera los papas!
                Lutero contó con el precedente iconoclasta. ¿Peligro de idolatría? ¡Fuera imágenes! Pero el papa de Roma dijo que no era razonable impedir que los artistas pintasen y esculpiesen figuras humanas. No es sensato corregir los abusos eliminando los usos, salvo que el uso mismo sea nocivo, y eso es lo que hay que demostrar. Que se abuse de la propiedad privada no hace razonable su eliminación. El que abusa no es la propiedad, sino el hombre. Y el hombre puede abusar tanto de lo suyo como de lo ajeno, de lo público, de lo que como afirmó una ministra “no es de nadie”. Hay un capitalismo del mercado y un capitalismo de Estado.
                La Revolución francesa inauguró la Edad Contemporánea e industrializó la técnica luterana eliminando al por mayor a los que se oponían a la revolución. Después, los bolcheviques podrán eliminar a los mencheviques, los proletarios a los burgueses… El capitalismo del mercado al primar el capital sobre el trabajo y el trabajo sobre la persona, convierte en homines habiles a los homines sapientes, esclavizando, en definitiva, otra forma de eliminar. El culto al dinero capitalista, aunque prefiera el individualismo al colectivismo, es otra especie de materialismo aherrojador.
                No hay justicia sin respeto a la naturaleza. Nuestra libertad no es absoluta. Procrear no es crear. Convertir la distinción sexual en puramente cultural y elegible supone ignorar que ni nos hemos nacido ni hemos elegido nuestro sexo. Somos dependientes. Negarlo es un delirio de la razón, un delirio que produce monstruos.         

jueves, 6 de agosto de 2015

Sentido de la vida

Me plantea un familiar por qué mueren personas jóvenes y con hijos pequeños y, al mismo tiempo, perseveran en la existencia ancianos que no pueden con su alma… Es una cuestión peliaguda que pone el dedo en la llaga del carácter misterioso de la vida humana. Misterio no significa terror. Misterio significa magnitud inabarcable, realidad incomprehensible. En general, casi todo y, fundamentalmente, lo tocante a la vida humana es misterioso, más que problemático. Conocemos parte de la realidad, no toda. Y son pocas las realidades que pueden explicarse con una ecuación, como un problema de matemáticas.
La pregunta sobre el sentido de la vida es ardua, difícil, pero inexcusable. El hombre, como decía Viktor Frankl, es un ser en busca de sentido. Aun negando que exista un sentido, en el fondo, toda cuestión, toda pregunta, implica cierta concepción de la vida. Me explico. Cuando se plantea por qué muere un joven en la plenitud de la vida y con responsabilidades patentes como la educación de sus hijos pequeños frente a la existencia de un anciano, se está pensando que la utilidad es quizás el valor supremo. La vida útil vale la pena; la inútil, no. Pero es posible que el sentido esencial de la vida humana no sea la utilidad.
Si lo más humano, lo que realiza más plenamente al hombre es el amor, entonces la vida de un anciano puede cobrar un sentido diferente. Si el amor, y no la eficacia, es lo más medular de la existencia; si amar y no conocer, es lo primordial, entonces, quizás, una persona con taras cognitivas, si ama más, puede ser más “humano” que un superdotado. Si amar es lo más importante, entonces no solo amar sino mover al amor se convierten en un activo; entonces, un enfermo, un inválido, un dependiente… se puede convertir en “motor de amor” y cumplir una función esencial de la vida humana.
No podemos entenderlo todo, pero sí podemos revisar nuestros criterios de evaluación: utilidad, eficacia, rentabilidad, belleza, amabilidad, servicio… ¿qué concepto tenemos de la vida? En función de ese concepto la vida será más digna o más indigna, más útil o más inútil, más absurda o más llena de sentido.
Si es más importante amar que producir, un anciano puede no ser un elemento sobrante; puede ser un elemento fundante y decisivo.