La literatura, como
decía Horacio, no solo deleita: también “aprovecha”, “enseña”, aporta ideas,
aunque lo haga de manera “deleitosa”, mediante poemas, narraciones o diálogos
dramáticos con energía retórica, cautivadora. El ser humano es mimético, por eso le agradan mucho las
imitaciones en el arte. La literatura no solo ofrece imitaciones de escenas o
de acontecimientos, sino también auténticos modelos antropológicos. Desde los
griegos hasta ahora han ido desfilando una serie de prototipos:
·
héroe (Ilíada)
·
campesino (Los trabajos y los días)
·
atleta (Lírica
de Píndaro)
·
amante de la sabiduría (Sócrates)
·
orador (Cicerón)
·
mártir y santo
·
caballero
·
donna
angelicata (Beatriz)
·
cortesano (Castiglione)
·
discreto (Pascal)…
La literatura, al
escribirse, (literatura procede de letra) nos permite viajar de adelante
hacia atrás y de atrás hacia delante; podemos comparar creaciones del presente
con las del pasado, y constatar que ni
cualquier tiempo pasado fue peor ni cualquier manifestación del presente es
mejor. La literatura hace posible que escapemos de la jaula de la cultura
dominante.
Josef Ratzinger
ofrece un testimonio interesante sobre el papel que puede desempeñar el
conocimiento del pasado para desenmascarar los males del presente:
En el Instituto de Traunstein, el nacionalsocialismo
había logrado, por el momento, cambiar pocas cosas. Ningún docente de latín y griego
de la vieja guardia se había adherido al partido, pese a la considerable presión
ejercida sobre los funcionarios. Poco después de mi ingreso en el Instituto, el
subdirector de la escuela fue expulsado por no ser favorable a los nuevos patronos.
Rememorando aquellos años de estudio, encuentro que la formación cultural basada
en el espíritu de la antigüedad griega y latina creaba una actitud espiritual que
se oponía a la seducción ejercida por la ideología totalitaria.
Cada modelo
antropológico ofrece algún rasgo interesante: ninguno es perfecto. El modelo se
sitúa en el ámbito del deber ser, lo que estudia la filosofía de la conducta,
la ética. Lo ético se relaciona también con lo justo, pero no se identifica con
él. No todo lo inmoral es injusto. La justicia, que es más restrictiva que la
ética porque se circunscribe a determinadas relaciones sociales, ha sido
definida como la voluntad permanente de dar a cada uno lo suyo. Una fórmula
expresa claramente lo que puede significar la justicia en la vida social, e
incluso personal: que la fuerza de la
razón prevalezca sobre la razón de la fuerza.
La injusticia suele
suponer un abuso de poder, una imposición del fuerte sobre el débil. En la
cultura actual justicia suele identificarse con democracia. Pero la realidad es
más compleja: también una mayoría puede imponerse por la fuerza frente a una
minoría en función del número y no de la razón.
La
literatura no solo ofrece modelos; también estereotipos. Creonte, rey de Tebas
en la Antígona de Sófocles y Claudio, rey de Dinamarca en Hamlet de Shakespeare
son prototipo de tiranos.
Y es que el
abuso de poder tiene muchas caras: la cara de perro de Creonte en la Antígona de Sófocles; la cara complaciente
de Claudio en Hamlet. El poder puede extralimitarse
en cualquier momento de su ejercicio: no solo en el inicio, sino en todo su desarrollo.
Esta vital distinción, olvidada a menudo, se manifiesta de un modo ejemplar en
Antígona y Hamlet. Antígona denuncia
el ejercicio del poder; Hamlet, la legitimidad
del poder.
El actual pensamiento
dominante pone el acento en la legitimidad del poder; y deja en un segundo
plano la legitimidad de la legislación, como si la justicia de una ley estuviera
garantizada por el solo hecho de que el gobierno o el parlamento que la
promulgue es democrático.
La Antígona de Sófocles pone sobre el
tapete una cuestión de interés permanente, ─y esto es lo que la hace clásica─:
el abuso de poder de la ley de un gobernante legítimo. Creonte es el gobernante
legítimo de la ciudad griega de Tebas. Pero ha ordenado no dar sepultura a su
sobrino díscolo, Polinices, que ha combatido contra la ciudad y ha muerto en el
ataque, frente a su hermano Eteocles, que igualmente ha muerto. Sepultura para
Eteocles, el sobrino fiel; no sepultura para Polinices, el sobrino enemigo.
Antígona,
hermana de ambos hermanos y, por tanto, sobrina de Creonte, no está dispuesta a
que Polinices se descomponga a la intemperie y sea pasto de alimañas. Decide
enterrarlo, frente a la prohibición que condena a muerte a quien la
desobedezca. Antígona argumenta que Creonte no tiene derecho a prohibir esa
sepultura, que esa prohibición supone atravesar un límite. Antígona está
diciendo que el poder no es absoluto. Si fuera absoluto no habría más ética,
más justicia que la del gobernante, máxime si es legítimo. Pero Antígona
subraya la existencia de otras leyes, no escritas, enmarcadas en una dimensión
divina, eternas, vinculantes: y el derecho a enterrar a los familiares se
incluye ahí.
Esta
tragedia sofoclea permite la reflexión sobre la universalidad, la posibilidad y
la conveniencia de una ética, al plantear un conflicto entre leyes eternas y
leyes positivas, el uso y el abuso del poder.
La tragedia
griega y sus historias mitológicas induce a debatir sobre grandes cuestiones:
justicia, venganza, libertad, destino, error, culpa… sin necesidad de
involucrar a personajes históricos. Igualmente, el carácter atemporal o
legendario de los mitos favorece la universalización de los temas, la creación
de símbolos y estereotipos.
¿En qué
medida la literatura aporta ideas y no solo goce estético? Horacio afirmó que
los poetas enseñan o deleitan o ambas cosas a la vez. El caso de la tragedia
griega es paradigmático. La fuerza dramática se compagina con un enorme
contenido antropológico. El diálogo trágico es en cierta medida un diálogo
filosófico en acción encarnado en los personajes.
La Antígona sofoclea comienza después de
que Eteocles y Polinices, los dos hijos de Edipo, rey de Tebas ya fallecido, se
han enfrentado, y han muerto ambos en el combate. El poder ha pasado a manos de
su tío Creonte, que ha enterrado con honor a Eteocles y ha dejado insepulto a
Polinices, porque luchó contra la ciudad, es decir, fue un enemigo.
Ambos hermanos tienen
dos hermanas: Antígona e Ismene. Antígona, impulsiva; Ismene, sosegada.
Antígona resuelve enterrar a su hermano, a pesar de la prohibición de su tío
Creonte.
Cuando Creonte se
entera de que Antígona ha echado tierra sobre el cadáver de Polinices, monta en
cólera, y recrimina a Antígona que le haya desobedecido. Antígona se mantiene
firme.
CREONTE: Y tú contéstame sin largos discursos sino de manera
concisa: ¿sabías que un edicto ordenaba que nadie hiciera lo que tú has hecho?
ANTÍGONA: Lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo si era conocido de
todos?
CREONTE: ¿Y aun así osaste transgredir estas leyes?
ANTÍGONA: Es que no fue
Zeus, ni por asomo, quien dio esta orden, ni tampoco la Justicia aquella que es
convecina de los dioses del mundo subterráneo. No, no fijaron ellos entre los hombres
estas leyes. Tampoco suponía que esas tus proclamas tuvieran tal fuerza que tú,
un simple mortal, pudieras rebasar con ellas las leyes de los dioses anteriores
a todo escrito e inmutables. Pues esas leyes divinas no están vigentes, ni por
lo más remoto, sólo desde hoy ni desde ayer, sino permanentemente y en toda
ocasión, y no hay quien sepa en qué fecha aparecieron. ¡No iba yo, por miedo a
la decisión de hombre alguno, a pagar a los dioses el justo castigo por
haberlas transgredido! Pues que había de morir lo sabía bien, ¡cómo no!,
aunque tú no lo hubieras advertido en tu comunicado. Por otro lado, si he de
morir antes de tiempo, yo lo cuento como ganancia, pues todo aquél que, como
yo, vive en un mar de calamidades, ¿cómo se puede negar que hace un gran negocio
con morir? Por eso, ¡lo que es a mí, obtener este destino fatal no me hace
sufrir lo más mínimo; en cambio, si hubiera tolerado que el nacido de la misma
madre que yo, fuera, una vez muerto, un cadáver insepulto, por eso sí que
hubiera sufrido! Pero por esto no siento dolor alguno. Por lo que a ti
respecta, si mantienes la idea de que ahora me estoy comportando estúpidamente,
casi puede afirmarse que es un estúpido aquél ante quien he incurrido en
estupidez.
CORIFEO: Ello evidencia el terco genio que le viene a la muchacha
del terco de su padre; y no va con ella ceder a las adversidades.
CREONTE: Sin embargo, tienes que saber que los temperamentos duros
en demasía son los que más se desmoronan, y que el potentísimo hierro, por muy
duro que resulte al ser templado a fuego, podrías ver que se quiebra y hace
añicos infinidad de veces. En cambio, tengo visto que los caballos que se
encabritan se sujetan con un simple bocado. Es que no le va bien ser
jactancioso a nadie que es esclavo del prójimo. Esa, ya antes cuando
transgredía las normas propuestas, sabía muy bien que su comportamiento era un
desafío, y, después de haber cometido esa barbaridad, he aquí el segundo
desafío: ufanarse de ello y reírse por haberlo cometido. Ciertamente que no soy
yo un hombre de verdad, sino que el hombre de verdad lo es ella, si el triunfo que
ha logrado le ha de quedar impune. Al contrario, aunque es, por un lado, hija
de mi hermana y, por tanto, en razón de nuestra consanguinidad más próxima a mí
que la totalidad de los miembros de nuestro hogar que patrocina Zeus, ella y
también su hermana no escaparán al destino más calamitoso. Pues, en efecto,
también a aquélla la inculpo,
en igual medida que a ésta, de haber planeado este enterramiento. Llamadla también,
pues acabo de verla, en casa, rabiosa y sin control de sus sentimientos. Es que
el apasionamiento de que dan prueba los que en la sombra andan maquinando cualquier
cosa de forma indebida es un ladrón que los traiciona, y por eso suele ser sorprendido
antes de cometer el propio delito. Sin embargo, no dejo de odiar también a aquél
que, sorprendido en un acto pérfido, osa luego dignificar ese proceder.
ANTÍGONA: ¿Pretendes algo más duro que matarme, después de hacerme
tu prisionera?
Hay mucha carga emocional en los diálogos, porque tanto Antígona
como Creonte se muestran indignados e inflexibles desde casi el principio, pero
nosotros debemos hacer un análisis racional de los discursos, si queremos
extraer ideas válidas para nuestro tiempo.
Antígona explica breve pero claramente por qué ha infringido la
ley, es decir, da razón de su actuación: no ha obrado por capricho, no ha sido
el suyo un ejercicio de voluntarismo; Creonte, en cambio, no responde a esos
argumentos, no contempla la posibilidad de que su ley sea justa o injusta; solo
exige que se cumpla la ley porque es la ley, su ley, legítimo gobernante, pero
no da razón de la ley; no dialoga sobre la ley; no admite críticas contra la
ley.
La indignación de Antígona no facilita el diálogo; la indignación
de Creonte tampoco, y este incurre en graves errores de apreciación que
imposibilitan el esclarecimiento de los hechos y del derecho. Creonte convierte
habitualmente las hipótesis en certezas.
Antígona contrapone las leyes escritas a las no escritas. Para
ella hay dos tipos de leyes, hay dos dimensiones, plantea una dialéctica entre
dos ámbitos. Hay dos tipos de leyes y ambas externas al sujeto. Pero unas están
escritas (es derecho positivo) y otras no, no están escritas. Pueden
calificarse de leyes naturales, están inscritas en la naturaleza. Unas leyes
son explícitas y otras, implícitas. Unas están promulgadas y otras inscritas en
el mundo, y el hombre puede conocerlas, y al hombre obligan.
Al calificar de inmutables a las leyes no escritas, Antígona
establece que las leyes escritas se subordinan a las no escritas, que son
inmutables, atemporales y obligatorias.
¿Qué es una ley? Una ley es una formulación lingüística, por tanto
un enunciado lógico, con contenido racional.
Las leyes no escritas son leyes. No pertenecen al ámbito del
misterio. El calificativo inmutable acerca la ley a la geometría; la
atemporalidad a la metafísica. La obligatoriedad las convierte en vinculantes,
y les dota de una dimensión moral.
Pienso que la Antígona de Sófocles no contrapone lo racional
frente a lo moral. Tan racional es la norma de Edipo como la norma no escrita,
y ambas poseen implicaciones morales.
Tampoco se trata de enfrentar lo objetivo frente a lo subjetivo.
Para Antígona, esas leyes atemporales no son subjetivas, no están insertas en
su conciencia. Están fuera, están en el mundo, en la naturaleza, y son
cognoscibles.
No es conciencia frente a ley: es ley frente a ley.
No es individuo frente a Estado: es negar el absolutismo del Estado.
Ab-soluto significa suelto de cualquier ligadura: última instancia.
Antígona nos está diciendo que el Estado y sus normas son
penúltima, no última, instancia.
Analicemos ahora un diálogo entre Antígona e Ismene:
ISMENE: Pero
¡cómo! ¿Es que se te ha ocurrido pensar enterrarlo cuando es cosa denegada a la
ciudad?
ANTÍGONA:
Sí, porque se trata de mi hermano, y también del tuyo aunque no quieras. Pues,
al enterrarlo, no resultaré convicta de haber cometido una traición.
ISMENE: ¡Oh
tú, que no te detienes ante nada! ¿Serás capaz, a pesar de que Creonte lo tiene
prohibido?
ANTÍGONA: Sin embargo, no
le compete en absoluto separarme de lo que es mío.
Es un honor para mí morir cumpliendo este
deber.
tras haber
perpetrado santas acciones, porque es más largo el tiempo durante el que debo
agradar a los de abajo que el tiempo durante el que debo agradar a los de aquí
arriba, pues allí yaceré por siempre. Pero tú, si es tu gusto, continúa
despreciando lo que los dioses aprecian.
Las leyes no escritas
vinculan al hombre, lo obligan moralmente. Si no las cumple, Antígona cometería
el pecado de traición. Y hay otra cuestión, y es el deslinde de competencias.
Para Antígona el poder humano no es omnipotente: está limitado. A Creonte “no
le compete en absoluto” separarle de lo suyo. Lo que nos recuerda a la
definición tradicional de justicia: “dar a cada uno lo suyo”. La familia,
particularmente, es lo de cada uno. Enterrar al hermano es un deber
particularmente propio de la familia. El poder civil no puede prohibirlo, no
tiene derecho a hacerlo. El derecho no es omnímodo.
Rocío Orsi
aduce que Meier (1993, p. 195) sostiene
que, al igual que en Áyax, Sófocles
quiere transmitir la idea de que “el antagonismo tiene que verse limitado por
la solidaridad humana”. En esta obra, Tiresias y Hemón no tienen el mismo éxito
que Odiseo en Áyax, entre otras cosas
porque nunca consiguen hacerse escuchar por Creonte.
Límites. El poder no
es absoluto. Es criticable desde la razón.
Meier, M., 1993: The Political Art of Greek Tragedy,
Cambridge, Cambridge University Press.